jueves, 18 de diciembre de 2008

EL COROMUEL

I

Después de haber soportado las fatigosas y largas horas de un día sofocante de calor, en que con el cuerpo en perezosa laxitud y en indolencia de ánimo sólo se apetece el reposo en cómoda silla mecedora o el vaivén suave de la hamaca, en que con un continuo abaniqueo se agita la enrarecida atmósfera que nos rodea para disfrutar apenas de ligerísima sensación de frescura; después de uno de esos días, decimos, de riguroso verano, con turbios y brumosos horizontes, con el sol de fuego que levanta reverberaciones de calor, como si fuese el suelo la cubierta de un horno en que las plantas de doblegan marchitas y ni el más leve soplo de viento viene a mover las hojas de los árboles, cuanto es grata la deliciosa frescura de ese vientecillo terrenal que sopla por el sureste, en las noches veraniegas de nuestra metrópoli californiana.
Cuando se escuchan los primeros susurros de las hojas de los árboles que adornan y sombrean nuestras estrechas avenidas, anunciando con su alegre agitación la llegada del viento que ennegrece a lo lejos la quieta superficie del mar al rizarle con su soplo, se oye exclamar por todas partes, con acento de la más satisfactoria alegría: -¡ El coromuel, ya llega el coromuel!- Y los habitantes de esta simpática población abandonan la insoportable atmósfera de sus habitaciones, y los grupos se forman en plena calle, a la orilla de las aceras y en coros animados que ríen y charlan con el mayor contento, o van a disfrutar de ese agradable céfiro en el muelle del puerto, donde se contempla el sol en el ocaso, coloreando con variados juegos de luz esos espléndidos celajes, que embellecen este cielo tropical.
Es pues el coromuel, deliciosa brisa con que la naturaleza ha privilegiado, en nuestras costas del Pacífico, este puerto de La Paz, y que con su consoladora frescura hace tan agradables y anheladas las noches de esta estación. Debido a condiciones topográficas de la localidad relacionadas con leyes físicas que no son del caso, tiene este viento la notable particularidad, además de su regularidad vespertina, que sólo cubre una zona determinada, dentro de la que se encuentra La Paz y por el mar no pasa del canal de San Lorenzo. Al escuchar el forastero ese exótico nombre del viento investiga en el acto su origen, y se satisface su natural curiosidad con la siguiente tradición:

II

Un día, allá a principios del siglo XIX, los diez o quince habitantes a que se reducía la población de La Paz, se hallaban reunidos frente a la casa única que entonces existía llamada la Casa del Rey. Contemplaban con gran sorpresa e inquietud un barco, que cual misterioso aparecido amaneció fondeado en el puerto, sin que se supiera por donde ni a que hora había sido su arribaje.
En el aislamiento e incomunicación en que aquella gente vivía en ese apartado suelo, la presencia del buque fue un acontecimiento impresionante por lo extraordinario.
--¿Qué buque será? ¿De dónde viene? ¿Qué vendrá a hacer?
Estas preguntas se repetían en voz baja, sin que nadie pudiera contestarlas por mas conjeturas que se formaran, apurando los esfuerzos de una imaginación exaltada por el temor de la desconfianza.
Lo único de que pudieron darse cuenta, gracias a una anciana que mal deletreaba, fue que el buque se llamaba “El Cromwell” por que así se leía en grandes caracteres por babor y estribor de su proa; nombre que por su difícil pronunciación fue transformado desde luego en el de Cromuel y, poco a poco después, en coromuel. El buque permaneció en completo aislamiento; nadie de a bordo vino a tierra, ni nadie de tierra se atrevió a ir a bordo.
Dos días después de su arribo y poco antes de obscurecer y comenzara a soplar la fresca brisa del sureste, echó al agua un bote que salió al mar. Al día siguiente a la misma hora salió a la mar otro bote; y así en lo sucesivo botes iban y botes venían aprovechando aquel vientrecillo vespertino, con tal regularidad que poco a poco las gentes que desde tierra estaban en constante acecho de cuanto en el buque pasaba, luego que comenzaba a soplar, se decian unas otras: “ya viene el viento del coromuel”, y como si se tratara de la cosa mas novedosa e interesante, abandonaban sus ocupaciones y permanecían viéndolos hasta que se perdían a lo lejos de la costa, entre las obscuridades de la noche.
Aquella extraña reserva que guardaban cautelosamente a bordo, mantenía viva la curiosidad insatisfecha de los habitantes del puerto, quienes dispuestos por su sencillez e ignorancia a ver lo sobrenatural, lo pavoroso en todo lo que no podía explicarse, se
suponían y comentaban mil cosas diabólicas, algo de fantasmas y de hechicerías que pasaban en el misterioso buque, cuyo mal pronunciado nombre corría de boca en boca, despertando cierto temor supersticioso.
Al cabo de un mes de haber permanecido en el atracadero, el Coromuel, que con tal nombre lo seguían llamando, izó sus velas y se alejó del puerto sigilosamente, sin que volviera a saberse nada de él.
Pero al año siguiente, cuando las brisas del sureste comenzaron a refrescar las tardes de verano, se avisó en el horizonte, llegó otra vez a fondear en aguas de La Paz, y como en el año anterior, estuvo incomunicado con tierra y despachando sus botes al atardecer.
Al tercer año, con los primeros soplos del vientecillo de que hemos hablado, vino a los habitantes paceños el recuerdo del mismo buque.--¡ Ya viene el Coromuel—se dijeron. Y positivamente, a poco echaba anclas en el fondeadero.

III

Mientras los habitantes de La Paz no podían darse cuenta de lo que el Cromwell venía a hacer a estas costas, una tarde de ese último año mencionado, el capitán y el contramaestre, recargados en la borda de popa y contemplando maravillados uno de los bellísimos crepúsculos por los que se singulariza este admirable cielo californiano, tuvieron la conversación siguiente:
--Por cierto—dijo el contramaestre—esto de venir a hacer excavaciones tan aventuradamente en estas playas desiertas y gastar tiempo y dinero no es cosa de alabarse.
--Tienes razón—dijo el capitán—pero ésta será la última vez que lo hagamos.
--En fin—dijo su interlocutor—supongo que debe haber alguna indicación en donde pueda encontrarse el tesoro.
Entonces el capitán le refirió:
--“Algunos años después de la conquista de México, uno de los piratas ingleses que invadieron el Océano Pacífico y se refugiaron en las costas de esta península, capturaron cerca de Cabo San Lucas uno de los galeones de Filipinas, y entre el botín entregado a dos de los piratas encontraron un documento en que se revelaba la existencia de un tesoro oculto en cierto lugar de la
“Ensenada de Muertos”. Pero solos y sin recursos no pudieron quedarse a buscarlo, mas en una región desconocida y habitada por tribus salvajes. En un principio pensaron comunicar su hallazgo a algunos compañeros, pero comprendiendo que nada lograrían con eso, resolvieron volver cuando tuvieran los medios necesarios. Pero de inmediato surgió la dificultad de quien de los dos conservaría el documento. Por muchos años los había unido una amistad íntima que como hermanos se trataban, pero como cierzo que agosta el corazón de todo sentimiento noble y generoso, se desconfiaron mutuamente, y pretextando que podía morirse alguno de ellos o verse obligados a separarse, pensaron asegurar cada uno lo que le correspondiera”
“Después de meditar largamente como zanjarían aquella dificultad, convinieron en dividir el documento en dos partes. De tal manera pensaron para sí, uno sin el otro no podrá venir en busca del tesoro.”
“Ya en Inglaterra se separaron con el propósito de procurar cada uno los medios para volver a la Nueva Albión, como por algunos años se llamó a esta península, y apoderarse del tesoro. Pero a pesar de sus esfuerzos no lo lograron y se resignaron a vivir en la mayor de las pobrezas. Uno de ellos murió al poco tiempo y la parte del documento que le pertenecía se fue trasmitiendo a sus sucesores hasta llegar a poder de mi esposa. Inútiles han sido mis pesquisas para encontrar la otra parte; sin embargo resolví al fin venir a buscarlo, pero creo que no será posible por los datos incompletos que poseo. Así es que nos iremos para no volver más”.

IV

Pasados algunos días de esa conversación, algo extraordinario que pasaba en el barco en altas horas de la noche despertó a los pobladores de La Paz. Se alcanzaba a escuchar un exaltado vocerío, gritos aislados, estruendos de cadenas, luces que se movían rápidamente en todas direcciones, lo que hizo creer que el buque se preparaba para zarpar, pero no era eso, sino que parte de la tripulación se había amotinado dirigiéndose a la cámara del capitán para asesinarlo; pero este bravo marino, fuerte como un ballenato, repelió la inesperada agresión. Cuando estaban a punto de derribar la puerta del camarote, otro grupo de leales se enfrentó a los revoltosos dominándolos, entre ellos al cabecilla.
Al día siguiente, ya restablecido el orden, entre las cosas que se recogieron pertenecientes al promotor del motín, el capitán encontró con grandísima sorpresa, el otro pedazo del documento que hacía falta para dar con el tesoro.
Enseguida el buque se hizo a la mar, y pocos días después pescadores de la zona encontraron en la “Ensenada de Muertos” grandes excavaciones y dentro de ellas restos de baúles y cinchos de fierro enmohecidos.
El Cromwel ya no volvió a aparecer en estos mares, pero su alterado nombre había pasado a ser el de la brisa vespertina, cuya deliciosa frescura hace tan agradables las noches de esta ciudad de La Paz.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

LA ISLA CALIFORNIA

Mucho años atrás, antes de ubicarse California en la historia y en la geografía del mundo, su nombre ya rodaba envuelto en penumbras de leyenda y en humo de fantasía. Un historiador mexicano escribió lo siguiente: “ Desde las nebulosidades de su prehistoria, Baja California, la tentadora, no ha dejado un solo instante, a través de los siglos, de embrujar a los hombres con su inexplicable y fuerte hechizo...”


En 1510, en el libro “Las Sergas de Esplandián” escrito por Garcia Ordóñez de Montalvo, aparece por primera vez la “isla California” que estaba habitada por mujeres y con una reina llamada Calafia. En la isla, además, había abundancia de oro que lo utilizaban para forjar sus armas. Un fragmento del capítulo CLVII del libro dice:
“Quiero agora que sepais una cosa la mas extraña que nunca por escriptura ni por memoria de la gente en ningún caso hallar se pudo, por donde el día siguiente fue la ciudad en punto de ser perdida, y cómo de allí donde le vino el peligro, le vino la salud. Sabed que a la diestra mano de las Indias hubo una isla llamada California, muy llegada a la parte del Paraíso Terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese, que casi como las amazonas era su estilo de vivir. Estas eran de valientes cuerpos y esforzados y ardientes corazones y de grandes fuerzas; la ínsula en sí la mas fuerte de riscos y bravas peñas que en el mundo se hallaba; las sus armas eran todas de oro, y también las guarniciones de las bestias fieras en que, después de haberlas amansado, cabalgaban; que en toda la isla no había otro metal alguno...”


Los romances y los libros de caballerías de esa época formaron parte de la forma de ser del pueblo español y lo impulsó para grandes hazañas y acciones heroicas. Pero también fueron un acicate para su imaginación y anhelos de aventura. En los libros encontraron las fantasías que esperaban hacer realidad: Nuevas tierras que descubrir, ínsulas maravillosas llenas de riqueza, ciudades fantásticas, los gigantes, los grifos, las serpientes aladas, las atrevidas amazonas.
Por eso, desde que Cristóbal Colón llegó a América en 1492, se comenzó a hablar de la existencia de una isla poblada únicamente de mujeres, idea que compartían todos los marinos y soldados que lo acompañaron en sus cuatro viajes. Después, cuando Hernán Cortés se apoderó de Tenochtitlan, en 1521, y se incrementaron las exploraciones por la nueva tierra conquistada, la idea de una isla llena de riqueza y de mujeres estuvo latente en la mente de los aventureros españoles.
Cortés tuvo noticias de la existencia de esa isla, por boca de uno de sus capitanes quien le refirió “que los señores de la provincia de Giguatán, que se afirman mucho haber una isla toda poblada de mujeres, sin varón ninguno, y que en ciertos tiempos van de la tierra firme hombres, con los cuales han acceso, y las que quedan preñadas, si paren mujeres las guardan, y si hombres los echan de su compañía; y que esta isla está diez jornadas de esta provincia, y que muchos de ellos han ido allá y la han visto...”
Con estos informes, Cortés preparó varias expediciones y una de ellas, por azar, llegó a las costas de esa tierra anhelada. Para muchos marinos y soldados esa fue California, aquella a la cual se refería las Sergas de Esplandián, con sus amazonas, su reina Calafia y sus riquezas. Y por muchos años, esa tierra descubierta fue considerada como isla.


Fue hasta el siglo XVIII, después de varias exploraciones al norte de esta región, cuando se supo con certeza que ésta no era isla sino península, acabando así con ese mito iniciado en el siglo XV con la publicación del libro de caballerías de Ordóñez de Montalvo.

lunes, 8 de diciembre de 2008

ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

Murió cuando menos lo esperaba, ahora que se había hecho el propósito de cambiar su forma de conducta. Murió y en su velorio estuvieron ausentes los amigos pues no los tenía, y sus familiares no asistieron ya que hacía tiempo que lo habían desconocido precisamente por su original pero reprobable estilo de vida que llevaba.
Yo lo conocí muchos años atrás, quizá unos treinta, cuando ya el vicio del alcohol se había apoderado de él. Vecino del barrio donde hemos vivido siempre, habitaba una modesta vivienda en compañía de su madre, una tierna viejecita que le perdonaba todo y lo protegía dándole abrigo y alimento. Cuando ella murió, víctima más del sufrimiento por el hijo descarriado que por las enfermedades, el terreno y la casa que ocupaban fueron vendidos, y a partir de ese entonces vivió errante, durmiendo donde se le hacía noche, malcomiendo, pero siempre con los efectos del licor en su cuerpo.
Cuando nos encontrábamos, invariablemente me suplicaba: -Jefe, ¿No tiene dos pesos que me preste? Y yo, a sabiendas que los utilizaría para continuar con su vicio, le entregaba algo de dinero. En ocasiones, cuando la “cruda” le era insoportable, me pedía un poco de licor y la recompensa era una sonrisa de agradecimiento. Y se alejaba calle abajo, por toda la 16 de septiembre, en un caminar sin ilusiones, con su malestar a cuestas.
En sus momentos de sobriedad era un conversador ameno, afecto a recordar pasajes de su vida, como cuando fue boxeador o las temporadas en que trabajó en barcos pesqueros. Había que tener paciencia en escucharlo, sobre todo por que en esos momentos de lucidez mostraba la otra cara de su personalidad. Y porque, además, daba pie a la pregunta: -¿Cómo ayudar a esta clase de personas para alejarlas del vicio? Frente a nosotros, con su mirada pícara, su cabello ralo y decentemente vestido, era la antítesis del borrachín sucio y maloliente en que se convertía por causa de las bebidas embriagantes.


Con el paso de los años, Mario “El parara” se fue degradando más y más y su presencia en la cárcel fue una cosa común. Pero como su delito era ser un vicioso consumado, a los pocos días ya estaba de nuevo pidiendo limosnas para continuar tomando. En una ocasión, cuando andaba perdido de borracho, unos bromistas lo embadurnaron de aceite quemado y durante varios días asustó a los niños del barrio con su presencia. Pero a él no le importaba; el alcohol borra todo vestigio de decencia y de vergüenza.
Hace escasamente un mes lo encontré frente a BANCOMER, sobrio y con unas franelas bajo su brazo. Al verme se acercó solícito pidiéndome autorización para limpiar mi carro. Al ver mi cara de interrogación, me explicó:- Hace tres meses que dejé la bebida y ahora me gano la vida con este trabajo—Al verlo ahí, con su sonrisa bonachona, pobre pero limpiamente vestido, desee para mis adentros que ojalá y durara su redención.
El día primero de este mes, en el cruce de dos calles de gran tráfico, Mario fue atropellado por un vehículo. Se atravesó imprudentemente y no hubo tiempo de evitar el accidente. Al día siguiente murió en el hospital Juan María de Salvatierra, a causa de un traumatismo craneoencefálico severo. Al fallecer tenía 52 años de edad, una larga e inútil vida echada a perder por el alcoholismo. Y lo que son las cosas: lo que no le pasó cuando deambulaba con los humos de la embriaguez, le sucedió cuando estaba sobrio. Pero así es el destino de cada quien.

Mario “El Parara” quizá no merezca el recuerdo que hacemos de él. Su existencia fue un desperdicio porque no aportó nada a la sociedad. A menos, claro, que su presencia haya servido para mostrar a los jóvenes los caminos equivocados que se deben evitar, como son los que llevan a los vicios del alcoholismo y la drogadicción.

Extraído del libro "Crónicas: La Paz y sus historias" de: Leonardo Reyes Silva

martes, 2 de diciembre de 2008

EL ULTIMO FUSILAMIENTO

Los viejos muros del edificio del cuartel "Pineda", que cayeron bajo el golpe de la piqueta, dando paso al mercado "Francisco I. Madero" de La Paz, fueron mudos testigos de cientos de fusilamientos de enemigos e insurrectos, en la vorágine de los movimientos armados de poco más de un siglo que finalizaron al triunfo de la Revolución de 1910.

El cuartel estaba ubicado en al esquina de las calles Tercera (conocida también como "Parroquia" y "Velasco") que actualmente recibe el nombre de Revolución de 1910 y Santos Degollado que ya se llamaba así desde mediados del siglo anterior.

Resulta interesante resaltar el último fusilamiento, ocurrido cuando ya las convulsiones revolucionarias se habían apagado y todo en nuestra entidad era paz y armonía. En virtud de un decreto del señor Presidente Adolfo de la Huerta (que conocía la península), en Baja California Sur los ciudadanos pudieron acudir a las urnas electorales para elegir de una terna, al gobernador de la entidad. En aquel experimento democrático triunfó en forma arrolladora el señor Agustín Arriola Martínez. Corría el año de 1920.

A pesar de la claridad del resultado de la elección, hubo un movimiento de sedición entre algunos militares (reductos Huertistas), en oposición de las ordenes del comandante de la tercera zona militar, Gral. Francisco D. Santiago, que había entregado pacíficamente, sin problemas, el poder al gobernante electo y había aceptado el mando militar de un gobierno legítimo surgido del pueblo sudcaliforniano meses antes.

Octavio Amador Llorente, Saturnino Romero Leyva Y Espiridión Cota Menchaca, oficiales del 25/o. batallón de infantería, encabezaron el movimiento sedicioso, pero fueron delatados a tiempo y el General Santiago implementó una estrategia para hacer fracasar el movimiento que pretendía derrocar violentamente, a sangre y fuego, a don Agustín Arriola, el gobernador.

La noche anterior al planeado por los cabecillas para hacer brotar el movimiento antigobernista, gente leal al Gral. Santiago dice "simpatizar" con el motín antiarriolista y acude a Esperidión en busca de oportunidad para sumarse a sus efectivos. Una vez dentro de la planeada revuelta, aquellos soldados leales a su comandante indagan todos los detalles y se enteran del sitio donde está el armamento y la cantidad de soldados involucrados en el asunto, informan de todo ello a las autoridades de la Tercera Zona Militar y por la mañana se desmantela el movimiento y son aprehendidos todos los rebeldes golpistas.

Al saberlo, el gobernador del territorio deja en manos del General Santiago el problema, aduciendo que su gobierno no quiere mancharse de sangre ni culpable ni mucho menos inocente.

En un texto enviado ese día al comandante, el gobernador asienta de puño y letra: "....al enterarse el Ejecutivo de la asonada que se pretendía en contra del gobierno legítimamente constituido, ruego a Su Señoría eximirme del delicado compromiso del castigo a los insurrectos, ya que mi gobierno ni hoy ni nunca jamás se verá empañado en su estructura por la sangre de nadie, sea o no culpable. En consecuencia, dejo a usted en disposición para que aplique, si lo juzga oportuno  necesario, el castigo a que se han hecho merecedores al no acatar las disposiciones de disciplina y atención a las órdenes puramente militares emanadas de sus jerarquías y que tengo entendido y comprobado, no han sido acatadas y obedecidas de conformidad con el código militar vigente. Ruego a Su Señoría informarme, de todas maneras, de lo que acontezca sobre este particular. Atte. A. Arriola M. Rúbrica".

Días después, los culpables son llevados a juicio militar ante un tribunal y después de cansadas sesiones, deliberan y sentencian tanto al cabecilla Amador como a sus principales correligionarios, a ser llevados al paredón, ejecución que se programa para la madrugada del día 2 de Marzo de 1922.

La mañana del día señalado para la ejecución, un sacerdote acude a recibir la confesión de los tres militares sentenciados y, como gracia especial, se les permite la visita de sus angustiados familiares, antes de marchar al paredón de fusilamiento. Dos abogados y algunos familiares de los reos acuden al callejón del Comercio (actual callejón Carlos M. Esquerro) a obtener el acostumbrado indulto del Gobernador de la entidad. Este magnánimo y respetuoso de la vida humana, lo expide y firma, suplicando a su amigo antecesor Gral. Santiago, el perdón para los inculpados. Circunstancias curiosas impiden que el documento llegue a tiempo a manos del comandante de la tercera zona militar. Era un día lluvioso y por la calle 16 de Septiembre, donde despacha el General Santiago, se desliza impetuoso hacia el mar un insalvable torrente de aguas broncas que arrasan todo a su paso. En tanto manos piadosas ayudan a los abogados y familiares a cruzar las procelosas aguas de la calle, en el cuartel Pineda los reos marchan al paredón.

Cuando mojados y corriendo llegan los familiares ante el General Comandante con el documento enviado por el gobernador, los insurrectos han sido ya acribillados a tiros de máuser por el pelotón que ha cumplido su macabra tarea. Ante el azoro de los vecinos y curiosos que se arremolinan para ver por el zaguán principal (saturado de rendijas) la ejecución. Los cadáveres son recogidos por la tropa y después entregados a sus familiares y abogados, para que sean velados y llevados al cementerio.

Así termina el pretendido movimiento sedicioso contra el gobierno sudcaliforniano. Sería esta la última ejecución que registran los anales de la historia en Baja  California Sur. EL sitio exacto de la ejecución comentada, como de todas las anteriores, es la zona del mercado donde se ubican los expendios de carnes.