miércoles, 28 de enero de 2009

LA JURA DE LA INDEPENDENCIA EN BAJA CALIFORNIA

Aún cuando el movimiento de la independencia de México pasó hasta cierto punto desapercibido por los habitantes de la península bajacaliforniana, debido a su aislamiento y la escasa población de ese entonces, lo cierto es que para el año de 1822 las poblaciones de San José del Cabo, San Antonio, Loreto y La Frontera, habían realizado la jura de la independencia con todo el protocolo que exigía ese acto. Desde luego, debemos aclarar que en el resto de la República, los juramentos se iniciaron desde el mes de septiembre de 1821, coincidiendo con la entrada de Agustín de Iturbide y el Ejército Trigarante a la ciudad de México.


En la Baja California, la jura de la independencia tiene una historia peculiar, rodeada de interesantes anécdotas, entre las que se incluye la presencia de dos buques de la armada chilena y los supuestos peligros que entrañaban para los habitantes de la región. Lo que no sabían es que esos buques formaban parte de la flota al mando del almirante Thomas Cochrane, quien tenía la misión de apoyar la independencia de México persiguiendo y capturando barcos españoles.


Con ese propósito, en el mes de febrero de 1822, llegó el buque “Independence” a San José del Cabo, al mando del comodoro William Wilkinson y desde allí divisaron una nave enemiga mar adentro. Decidieron atacarla y para sorprenderla,—no fuera a ser el diablo—cubrieron sus cañones con lonas e izaron la bandera inglesa para simular que era un mercante con rumbo a Asia. Cuando estaban a poca distancia izaron la bandera estrellada de Chile y descubrieron ocho cañones que apuntaban al bergantín, causando el pánico de los tripulantes, muchos de los cuales se arrojaron al mar. No era para menos, dada la fama de la armada de ese país.


“El Araucano” fue otro de los barcos que envió Cochrane a la Baja California al mando del capitán Simpson y éste, por instrucciones del comodoro Wilkinson, se dirigió a la población de Loreto con el objetivo de comprar provisiones, sobre todo carne para beneficiarla y convertirla en “charqui”, un platillo típico de Chile. A su arribo al pueblo mandó detener al gobernador Arguello y saquearon su casa, ya que lo consideraban como autoridad española.


Simpson dejó a una parte de la tripulación en Loreto con el encargo de preparar el “charqui” mientras se dirigía a Guaymas en busca de mas provisiones. A su regreso encontró que la rivalidad entre sus marineros y los pobladores se había acrecentado a tal grado que éstos tuvieron que huir al pueblo de Comondú. La llegada del otro barco, el “Independence” puso fin al conflicto y dio oportunidad para que el Alférez José María Mata, ante la presencia de Wilkinson y Simpson, proclamara la independencia el 7 de marzo de 1822.


Según la versión de algunos historiadores, el 25 de febrero de ese año, se efectuó la jura de la independencia en el pueblo de San Antonio por Fernando de la Toba, comandante de las armas en la región sur. Lo mismo hizo en San José del Cabo en los primeros días del mes de marzo. Los dos actos fueron motivados por la presencia de los barcos chilenos.


La última jura considerada como oficial fue la que realizó Agustín Fernández de San Vicente, representante del gobierno de Iturbide, el 7 de julio de 1822, en el pueblo de Loreto, según consta en el acta que se levantó con ese motivo. San Vicente aprovechó también su estancia en el lugar para instalar el ayuntamiento que quedó integrado por las siguientes personas: Alcalde, Juan Higuera; Primer Regidor, Anastasio Arce; Segundo Regidor, Enrique Cota; Síndico Procurador, Luis Cuevas.


Así terminaron los actos de adhesión al nuevo país, en tanto que los barcos de Thomas Cochrane, causantes indirectos de las juras de la independencia, regresaron a Valparaíso a fines de junio de ese mismo año. Como recuerdo de su presencia queda en Baja California Sur, el hotel EL Chileno, en el corredor turístico de Los Cabos.


Por lo que respecta a la región conocida como La Frontera—hoy el Estado de Baja California—el juramento de la independencia se llevó a cabo el 16 de mayo de 1822, por el teniente José Manuel Ruiz, en el poblado de San Vicente.

 

Fuente: Libro crónicas La Paz y sus historias.

jueves, 22 de enero de 2009

¡TACOS DE ASERRIN, JOVEN!

En los últimos años se han multiplicado los puestos de tacos en las calles de nuestra ciudad capital. Hace cincuenta años era raro encontrar uno de estos negocios, sobre todo porque las fondas incluían en su menú esta clase de antojito mexicano. Sobre la calle 5 de mayo, esquina con la Revolución, el restaurante del “güero Wilson” vendía unos taquitos dorados de carne requetesabrosos—palabra de estudiante—y no se diga los que ofrecía Cándido rellenos de pescado, sesos o carne deshebrada.


Cándido era un vendedor ambulante, con su bandeja colocada sobre su cabeza y en las manos al armazón de tijera. Así, cuando alguien le pedía un taco, con destreza colocaba la bandeja en la tijera y atendía al cliente. Muchas veces, porque él siempre llegaba a los mismos lugares, su mercancía se le acababa en un dos por tres. De Cándido ahora sólo queda el recuerdo y más aún porque cuando tenía tiempo se daba una vuelta por el billar de don Conrado donde ya tenía contrincantes para el “nueve”.


Han pasado muchos años desde esa época, pero el gusto por los tacos no se acaba. Los hay de todas clases: de barbacoa, al pastor, de camarón y pescado, de birria, de chicharrón, y si es de los exquisitos de lengua sesos y tripitas de res. Tacos para todos los gustos y por la cantidad que quiera el cliente, siempre y cuando el bolsillo aguante. Porque no me va a dejar mentir, hay individuos que se comen entre diez y doce tacos y de pilón se toman uno o dos refrescos embotellados.


Claro, algunas anécdotas sobre personas de “buen diente” son muy conocidas. Ahí está el caso del ranchero conocido como “panza de león”, el cual en una ocasión lo invitaron a una tamalada y el anfitrión puso a su disposición un balde lleno de tamales de puerco. El ranchero se sentó en cuclillas a un lado del recipiente y en tanto que canta un gallo se zampó todos, dejando un reguero de hojas. Jura el señor que lo invitó que eran cincuenta tamales de regular tamaño.


Y hablando del mismo tema, hace unos días al pasar por la calle Belisario Domínguez, frente al Teatro Juárez, me detuve a saborear un taco de aserrín en uno de los dos puestos establecidos ahí hace muchos años. Mientras lo saboreaba, me fijé en el letrero impreso en unos de los costados del puesto explicando que desde el año de 1951 funciona en ese lugar y siempre vendiendo tacos de pescado. Lo de aserrín le viene porque es carne desmenuzada finamente lo que es una ventaja para las personas que tienen mala digestión o mala dentadura.(se los puede comer como si fuera papilla). Platica Josué, el que atiende el negocio que su papá, don Samuel Martínez Hernández, llegó a La Paz en el año de 1941, formando parte del 5º batallón de Infantería. Cuando se retiró del servicio activo tuvo que desempeñar diversos trabajos con el fin de mantener a su numerosa familia—14 hijos y su esposa--. Una noche tuvo un sueño. En él se le apareció una persona desconocida que le dijo mandara construir un carrito de madera—incluso le dio los detalles—y que se pusiera en una de las calles de la ciudad a vender tacos de pescado.
Al día siguiente lo comentó con su familia y claro, como ellos venían de Zacatecas, los peces no los conocían ni en pintura contimás vivir de ellos. De todas maneras el señor Israel de la Toba—uno de los mejores carpinteros que todavía viven—le construyó el carrito con ruedas y todo y un día del año de 1948—uno más uno menos—hete aquí a don Samuel ofreciendo sus tacos a los pobladores de La Paz. De entrada los hizo sabrosos por que hasta la fecha, después de cincuenta años, todavía los buenos gourmets los siguen prefiriendo.


Don Samuel, tiene ahora 90 años, sigue creyendo en los sueños. Con uno de ellos aseguró el porvenir de su familia, aún cuando la cercanía con Dios de seguro contribuyó a ello, ya que sus hijos fueron bautizados con nombres bíblicos: Josué, Nohemí, Rebeca, Ruth...

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Puesto de tacos de aserrín, en la calle Belisario Domínguez

Fuente: libro crónicas La Paz y sus historias.

jueves, 15 de enero de 2009

GOYITO EN EL POLO NORTE

Si usted tiene a la mano un mapamundi y busca más arriba del paralelo 87, esa manchita que podría pasar por una gracia de mosca, debe ser la isla Rudolfa, la más norteña de las islas del archipiélago de Francisco José, a pocos kilómetros del punto central del polo norte.

Se asombrará usted al saber que la islita de nuestro relato no pasa de una superficie de cien kilómetros cuadrados, tiene una población de poco más de doscientos habitantes de origen soviético, dedicados a la cría de zorros polares para la industria peletera rusa.

Se asombrará también cuando sepa que la casi totalidad de la isla está cubierta de hielo once meses al año. Más asombro tendrá al saber que el noventa por ciento de la alimentación de los isleños depende de la abundancia de focas y peces del ártico.

Después de tanto asombro, quedará usted hecho un témpano tan frío como la mismísima Isla Rudolfa, si recorriendo al callecita principal del poblado de la minúscula ínsula usted se topa, a boca de jarro, nada menos que con Goyito Ceseña.

¿Quién es Goyito Ceseña y que anda haciendo allá?, probemos nuestra capacidad de asombro y echemos un vistazo a esta verídica historia de temeridad insólita.

Pescador desde la infancia, junto a su padre don Gregorio, el joven Goyo fue contratado hace algunos años, en 1947, para prestar sus servicios a una empresa pesquera y empacadora del puerto de San Diego en los Estados Unidos. Sus familiares, residentes en un ranchito cercano a la ciudad de San José del Cabo, jamás volvieron a saber de él hasta hace un par de años que recibieron una descolorida carta enviada desde el mismísimo polo norte por el aventurero Goyo.

Relatan sus familiares que Goyo se fue a San Diego California, como grumete de un buque Noruego que bajó hasta el canal de Panamá, subió por el Océano Atlántico , hasta llegar primeramente al puerto nórdico de Kovenhavn, que no es otro que la célebre ciudad de Copenhage en Dinamarca, luego subir hasta Oslo, la capital Noruega, donde nuestro coterráneo se quedó al garete sin más defensa que la media docena de palabras inglesas mal aprendidas en San Diego.

Meses después de andar viviendo casi de limosna, Goyo encontró para su regocijo a dos sacerdotes de origen español, a quienes oyó hablar en un placita del puerto de Frederikstad. Los misioneros recogieron amorosamente a Goyito, le proporcionaron abrigo y comida; para desquitar el sustento, se ocupó durante algún tiempo como mozo del templo misional del puerto. Un día escuchó a tres pescadores italianos a quienes entendía un poco y a la mañana siguiente ya iba a bordo de un buque a trabajar a una empacadora soviética de mariscos, contratado por un tentador salario a condición de que prestara sus servicios en Zembla, archipiélago nórdico de grandes islas ubicado más arriba del círculo polar ártico.

Medio muerto de frío, Goyo Ceseña llegó a fines de 1950 a la factoría, pero poco después fue comisionado junto con sus amigos (los italianos) a pescar a la más lejana de las islas del archipiélago y ahí se quedó.

Poco a poco fue acostumbrándose al terrible frío polar y dieciséis años después, aprendidas algunas palabras y frases noruegas, se casó con la hija mayor del jefe del campamento y (nadie se explica como le hizo) ahora es el feliz propietario de la única tienda minúscula de víveres que hay en la lejanísima helada isla.

Probablemente desde que llegó a la isla del congelado polo empezó a escribirles a sus familiares, pero las cartas nunca llegaron a su destino. Fue hasta hace poco  menos de seis años que la madre de uno de los pescadores italianos sostuvo correspondencia con Goyo y, entre otras cosas, le aconsejó la manera correcta de mandar una carta bien timbrada hasta su tierra sudcaliforniana.

Prolífico, como todo buen mexicano, Goyito es el padre amoroso y responsable de seis críos, de pelo rubio, a quienes les ha prometido un viaje a tierras sudcalifornianas para que conozcan a sus asombrados parientes. Conociendo la vida intrépida de Goyito Ceseña, jure usted que un día llegará con sus retoños a San José del Cabo y, como debemos suponer, regresar luego a donde, como dice en su carta recibida del polo norte, "le ha ido muy requetebién".

 

Relato compilado por Carlos Domínguez Tapia.

jueves, 8 de enero de 2009

UNA CONCHA DE NUEVA GALICIA (ESCUDO DEL ESTADO)

Eugenia Garibay, integrante de la Asociación de Escritores Sudcalifornianos, quien en días pasados viajó a los Estados Unidos para saludar a una de sus hijas que radica en la ciudad de Atlanta. Por coincidencia, un día antes le había obsequiado un ejemplar de mi libro “Casos y Cosas del municipio de La Paz”, por lo que aprovechó para leerlo durante la travesía que efectuó por vía aérea.


A su regreso me comentó el interés que le produjo la crónica referente al escudo de armas de Baja California Sur y las características del mismo, sobre todo en la descripción de la concha que aparece en el centro rodeada de cuatro peces. De acuerdo con la ciencia de la Heráldica se trata de una “venera” o valva originaria de los mares de Nueva Galicia, España y que forma parte de un molusco llamado “Vieira” muy común en esa región. Esa venera “simboliza el fiero combate por la defensa de sus fronteras y, por ser de plata, con toda firmeza, vigilancia y vencimiento”


Pero junto con el comentario, Eugenia me entregó como regalo una de esas conchas adquirida en La Coruña, España, con la explicación de que en esa parte del país los restaurantes sirven la “vieira” en su concha, tal como lo hacemos por acá con las almejas chocolatas o los ostiones. Como le llamó la atención las características de la venera, compró algunas e hizo que las limpiaran y pulieran. Fue una buena decisión al menos para mí, porque hacía tiempo deseaba tener una.


Y la pregunta obligada fue: ¿qué hace una concha española en el escudo de armas de nuestro Estado? La explicación más sencilla es que el escudo, según los enterados, fue creado en la época colonial allá por los años de 1535 a 1550, periodo en que gobernó la Nueva España el Virrey Antonio de Mendoza. Por eso sus características corresponden a la heráldica de España.
En la crónica a que he hecho referencia establecí la duda sobre la verdad del origen del escudo sudcaliforniano, sobre todo por que en esos años fueron únicamente 32 villas y ciudades las que tuvieron ese distintivo y en ellas no aparece La Paz ni mucho menos las Californias. Varios investigadores, entre ellos el Maestro Rolando Arjona Amabilis quien es un experto en cuestiones heráldicas, aseguran que el escudo no es tan antiguo e incluso comparten la idea de que fue hecho en la tercera década del siglo XX.


Y si fuera así, la concha sería originaria de los mares de Baja California, por ejemplo la conocida como almeja roñosa de risco que es muy parecida a la venera de Nueva Galicia. Y si fuera así, las características del escudo serían otras, más acordes con lo que ha sido en los últimos tiempos nuestra entidad. En 1962, el ameritado profesor César Piñeda Chacón escribió lo siguiente: “ El contorno dorado del escudo significa la riqueza de sus minas; la franja azul expresa el potencial económico de sus mares; el color ocre de la franja izquierda su tierra virgen; y la franja escarlata de la derecha sintetiza la belleza de sus incomparables crepúsculos. La concha del centro recuerda la fabulosa riqueza de sus perlas”.
Hace una semana escasa el maestro Arjona tuvo la amabilidad de enviarme una valiosa fotografía del escudo de armas de Baja California que aparece en una de los muros de la Secretaría de Educación Pública, en la ciudad de México. Fue pintado en 1923 por los ayudantes de Diego Rivera, junto con el resto de las demás entidades de la República. Lo extraño es el dibujo del centro que todo parece menos una concha, lo cual hace pensar que los pintores no tenían la más remota idea del escudo y por eso lo inventaron. Fue por eso que el Lic. Manuel Torre Iglesias, en su Historia del Territorio Sur de la Baja California”, escrita en 1956, insertó en la portada esa pintura que existe en la SEP.


El origen del escudo de armas de nuestro Estado merece dilucidarse, y si en realidad no procede de la heráldica española hacer las aclaraciones pertinentes. Así, coimagen amplitud de criterio, puede pensarse en la creación de un escudo más representativo de Baja California Sur. El ejemplo lo dio el Estado de Sinaloa el que en 1958 sustituyó el escudo que en mala hora inventaron los ayudantes del pintor Diego Rivera en 1923.


Concha de Nueva Galicia, España

  Escudo de Baja California Sur

FUENTE: LIBRO: Crónicas: La Paz y sus historias