lunes, 20 de abril de 2009

DE MI COSECHA

EL CENTENARIO (Recuerdos de niño)

Hace unos días tuve a bien darme una vuelta cerca de la ciudad de La Paz, a un pueblito llamado el Centenario, unos 11 kilómetros lo separan de la gran capital, recuerdos de mi infancia llegan de golpe, cuando aquella incipiente carretera de dos carriles se perdía en algunas partes entre los mangles de la bahía, era clásico el pasar por la antena de la radiodifusora local y luego un pequeño arroyo de aguas negras que serpenteaba hacia el mar, el aeropuerto perdido entre el monte y las vacas que pastoreaban cerca de la carretera, a medio camino nos encontrábamos otro pueblito más pequeño Chametla, también enclavado entre el monte y los mangles, después de unos minutos uno llegaba a el Centenario, recuerdo solo del lado derecho de la carretera los mangles y del lado izquierdo las casas que se contaban en un puñado, rodeado por algunos pequeños sembrados donde de chamaco iba a recoger una que otra sandía tan roja y dulce que percibo aún su inigualable sabor, los días soleados calcinantes, recogidos todos sobre un porche tradicional de palma, donde una limonada sabía muchísimo mejor que una coca cola, tiempos de gozar y de recordar, tiempos de ensoñaciones y pasado, donde el recuerdo solo me hace percibir su aroma, el asomar la cara para percibir la brisa que poco a poco se eleva tenue y lenta de la bahía, disipando el calor de esos días de verano, con el atardecer los moscos, si, los zancudos clásicos por tanto mangle, zumban por los oídos, pican si no los espantas con un rápido movimiento de la mano, languidece el sol lentamente detrás del horizonte, de aquellas lejanas montañas coloreadas de un rojo cobrizo, las nubes cual pinceladas se dibujan en el cielo, entre el vaivén suave del mezquite tan viejo que rechina, lamentando su tiempo, preparándose a dormir, las aves marinas presurosas vuelan de regreso a su nido, o se aposentan suavemente sobre un lancha que será refugio por esta noche, plagada de cantos de grillos que acompañan el suave ulular del viento, poco a poco las aves al mecer de la barca reposan su pico sobre el pecho y cubiertas por sus alas se hunden en un sueño reparador, allá, a lo lejos las luces comienzan a aparecer, la ciudad se enciende, cual estrellas bajadas a la tierra, poco a poco la vida nocturna aparece con el lento marcar de la vía láctea, que corre hasta perderse de vista, los astros hacen acto de presencia y la hermosa luna llena se asoma tras los cerros del norte de La Paz, grande, blanquecina, acompañada de un vals dulce y tierno, las estrellas jubilosas titilan por verla aparecer, señora de la noche, en su magnificencia me envuelve, paralizado por tal despliegue de hermosura, sin querer separar la vista, cada minuto crece, presumida, sabiéndose bella nos deja ver poco a poco todo su esplendor, con un allegro se dibuja plena en el cielo, estremece mi alma su belleza, el agua del mar poco a poco se pinta con su luz, de repente un pez altanero y curioso brinca para verla, salpicando de gotas la superficie dibujando música sobre las olas, las estrellas se opacan un poco por su luz, sin embargo igualmente el puerto se ilumina, tratando de pausar su tiempo, de acurrucarse para contarse una historia, de dormir para soñarse bello, para mañana despertar cubierto de brisa y de sereno, sin embargo, ese olor, ese aroma que trae la marea, de vez en cuando el sobresalto de algún ruido, de pequeños seres nocturnos que aprovechan la luz gratis de esta noche para buscarse algo de comer, elevo la vista y el hermoso cielo sobre la bahía reverbera de pequeñas velas titilantes, cubiertas de cuando en cuando por una suave nube bailarina de brisa, el marcado canto de los grillos y el silencio creciente de la noche me hacen volver a la realidad, perderme en el pasado que bonito ha sido, volcar mis memorias musicalizadas por mi hermoso puerto, por su mar, por su luna, esa luna, que nos trae tantos recuerdos, dibujando las siluetas de los cactus, ávidos de brisa para probar el agua, pierdo un minuto para suspirar, pierdo un segundo para parpadear y dejar de ver por un instante lo que la naturaleza a creado para nosotros, es posible que con solo su despliegue nos sintamos tan bien, recuerdo aún como si fuera ayer esos días en que acompañado por mi padre recorría el pequeño camino hacia el mar, entre unos mangles polvorientos y sobre una tierra tan suelta que cubrían totalmente mis zapatos, pero luego de un rato encontrarnos con el mar, apacible, magnífico, sorprendente, no quedaba más que ver la ciudad desde aquel punto, y de pronto señalar un edificio, un cerro, un sueño, un cuento, una historia, esa historia tan extasiante de cuando fuimos niños, de cuando el sol no nos hacia tanto daño, de cuando una historia era suficiente para asombrarnos, donde mi ciudad era más pequeña y se perdía con el pardear de la tarde para luego renacer con las primeras luces de la noche, y después, el camino de regreso, vete despacio papá, quiero gozar un poco más de las estrellas, quiero llenarme del aroma de los mangles mojados por la brisa, quiero escuchar de nuevo el canto triste de los grillos……. Quiero seguir soñando con mis sueños de niño……

jueves, 2 de abril de 2009

LA HUERTA DE CORNEJO Y OTRAS HISTORIAS

La actividad comercial se ha incrementado en estos últimos años en la ciudad de La Paz. Pero nos compete hablar de la segunda tienda Ley, que se construyó en una manzana del centro de la ciudad que fue propiedad del señor Miguel L. Cornejo González, sobre la avenida 5 de Mayo, a la altura de la escuela primaria Simón Bolívar.


Durante muchos años esa manzana estuvo protegida por una barda de ladrillo de unos tres metros de altura que impedía ver lo que había en su interior. Por el lado de la calle Héroes de la Independencia existía un amplio portón que siempre permanecía cerrado, así es que los transeúntes, sobre todo los niños y los jóvenes ignoraban en que se utilizaba tanto terreno.


Allá por los años treinta del siglo pasado, cuando los años eran “muy llovedores”, existían varias huertas frutales en nuestra ciudad, pero las más conocidas eran las de las familia Cabezud, la de los Cuatro Molinos y la huerta de las Tullerías, sobre la calle 5 de mayo. En esta última que ocupaba la manzana a que hacemos referencia, se producían mangos, naranjas, limones, guayabas, y como en ese entonces no se había construido la barda, en épocas de cosecha los primeros en saborear las frutas eran los chamacos del barrio—y uno que otro adulto—quienes saltándose el cerco, se apoderaban furtivamente de lo mejor de la producción. Dicen que ni los mangos “poposagua” perdonaban.


Desde luego a varios de los incursionistas no les iba muy bien, sobre todo si eran sorprendidos por el dueño, quien después de una regañada y uno que otro coscorrón, les decía: --“ si quieren comer mi fruta vayan y cómprenla en el malecón”. Y es que el señor Cornejo—comerciante al fin—en esa temporada todos los más de los días colocaba unas mesas en la banqueta de su casa, en las que vendía las frutas de su huerta. De todas maneras los “pizcadores” seguían haciendo de las suyas.


Recuerda el profesor Alejandro Amador Amador, que la barda se comenzó a construir por el año de 1935 pues él, siendo niño, trabajaba en la huerta donde le pagaban cincuenta centavos al mes, la comida y la escuela.  Ah, y además, toda la fruta que pudiera comerse.


Años después, cuando el problema del agua se agudizó, la huerta fue desapareciendo, los árboles frutales languidecieron y poco a poco murieron. Lo mismo pasó con las otras huertas, entre ellas la de los Cuatro Molinos, llamada así por que ocupaba cuatro manzanas y en cada una había un molino de viento. Para no desperdiciar el terreno, el señor Cornejo acondicionó un establo el que por varios años surtió a los habitantes de La Paz de leche, quesos y mantequilla.


Don Miguel L. Cornejo es descendiente de una familia de comerciantes, pero también de políticos. Su padre, Miguel L. Cornejo Romero, fue jefe político del Distrito Sur de la Baja California en el año de 1914, apoyado por el Primer Jefe del gobierno constitucionalista, Venustiano Carranza. Como empresario en el negocio de las perlas compitió con otros armadores como Antonio Ruffo, Manuel Hidalgo y Gastón J. Vives. Por cierto, con este último tuvo diferencias por motivos comerciales que terminaron en un pleito callejero en el que Vives llevó la peor parte, ya que el primero se lo descontó sin decir agua va. Quizá por actuar con alevosía y ventaja, Cornejo fue sentenciado a seis meses de prisión por el delito de lesiones.


Pero la cosa no quedó ahí. Meses después, cuando se inició la revolución contra el dictador Victoriano Huerta, las fuerzas de Cornejo que apoyaban a Carranza llegaron a La Paz y al primero que persiguieron fue a Gastón J. Vives—de filiación porfirista—destruyéndole sus viveros de concha madre perla que tenía en la isla Espíritu Santo.


Recuerdos de nuestra ciudad que tienen que relatarse para que formen parte de la memoria histórica de sus habitantes.

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La tienda Ley, en la avenida 5 de Mayo