martes, 17 de marzo de 2009

DE MI COSECHA

LA PAZ DE ANTAÑO..... RECUERDOS

 

Hace algunas tardes, de esas donde todavía el frío del invierno estaba algo fresco, cuando se antoja tomar algo calientito, un café o té de damiana, me puse a platicar un rato con mi padre sobre La Paz de antaño, acompañados del humo calientito que despiden sendas tazas de nuestro apetitosos líquidos calientes, que nos hacen poner a tono, entrados en esas pláticas que quieres de duren para siempre, los minutos y las horas se hicieron nada, que hermoso escuchar hablar de tu ciudad de esa manera en que lo hacen las personas que la aman, que la llevan marcadas en sus pieles cual moreno curtido por el sol, de los largos caminos polvorientos que llegaban de todos lados, de las personas y sus anécdotas tan notorios y folklóricos que los hacen únicos. Es así como se hacen las historias pasadas de boca en boca, por eso, es importante prestar oído a nuestros ancestros; divagamos por una Paz olvidada por muchos, aquella de calles empedradas que hacían crujir las ruedas de carretas mezcladas con vehículos ford y dodge, unos cuantos chevrolets y algunos jeep willys, las subidas y bajadas de calles céntricas como la 5 de Mayo o la Madero, bañadas con el intenso sol del mediodía, los habitantes cubiertos por sombreros de palma por ser mas frescos y que al quitarse servían de abanicos para refrescarse un rato bajo el árbol castigado por el astro rey.

 

Simplemente añorar esas noches tranquilas de verano, es una ensoñación, caminar decía mi padre a deshoras de la noche y tener que hacerlo por la calle y no por la banqueta, pues la gente dormía por el impetuoso calor sobre ellas, el sonar rítmico del paso apresurado por el ladrar de un perro, cruzar desde el malecón hasta los olivos, acompañado de la luna que iluminaba a los durmientes velando sus sueños, libres de preocuparse por el bándalo mañoso que robara alguna pertenencia, las casas abiertas de par en par, cuando dicen, los perros se amarraban con chorizos, y hablar de los olores sabrosos de la mañana, cubriendo el suelo y las plantas con una fina capa de la brisa que viajó del mar hacia el cerro atravesado, el canto del gallo que hace eco por toda la ciudad, alegrando la vida, el canto de los pájaros y el partir del aguerrido pescador que se hace la mar dibujando su silueta en las olas que apenas se levantan de la bahía, llevando consigo el pensamiento perdido en el compás que la proa de su barca marca al golpe del mar Bermejo, dormido, entregado a un sueño, envolviendo la perla que despierta suavemente con su costa espumada por el mar, regocijo de gaviotas y pelícanos en la algarabía de la merienda matutina, que vida, que hermosa vida, la del pescador que su trabajo es con el más benévolo de los patrones, “la naturaleza”, que se entrega a la pauta de las notas que salpican de tenue brisa sus brazos, que resuenan en los remos de su alma, que denotan la esperanza de su gente esperando la paga al fin de la jornada, desde el malecón se alcanzan a ver semianclados arrullados por las olas, arrojando sus redes con comparsa. El paseo matutino por el malecón o la visita al coromuel, al viejo coromuel, famoso por sus aires frescos en las tardes de verano, donde regularmente te encuentras a gente conocida, cuantas veces no vimos al Sr. Francisco King nadando en sus cristalinas aguas y después de salir y secarse, dar los buenos días con esa voz melodiosa acompañada de añoranzas y perdida en mis recuerdos; irnos más atrás en el tiempo y ver esos cerros sin marcas blancas señal capitalista, de prosperidad o que se yo, husmear por sus laderas, esforzarse en subirlos con la única recompensa de ver el mar, el infinito mar, de repente la silueta de un delfín sobresale de las aguas, uno y otro se adentran en la bahía para acompañar luego a los botes de vela que lentamente salen en busca de paz, de esa paz que se respira cuando esta sobre el mar bermejo.

 

Inolvidable mi ciudad, historias engarzadas con verdades o mitos nunca revelados, que la nimita a un lado de la Morelos, que la vieja perla de La Paz, las renombradas tiendas de los Unzón, los almacenes metralla, con sus inolvidables cobradores, el taconazo, el centro comercial californiano, y muchos otros negocios que alguna vez visitamos y que algunos todavía sobreviven al imperio de las cadenas comerciales, los que si ya desaparecieron o quedan olvidados en alguna esquina los famosos changarritos, don beto, la siempre viva, la esperanza, el tirunfo, don chavalito, aquel famoso por sus ricas tostadas de chile elaborado con el agua pura de la llave y nunca nos enfermábamos, pero ahora que tal, dios guarde si nos atrevemos a tomar agua de la llave, primero decimos, que mala sabe y después psicológicamente enfermos de la panza por unos días, que, ya no nos acordamos, que cuando niños abríamos cualquier llave que aunque nos supiera a cobre, que rico nos pegábamos a la salida del agua que nos refrescaba después de jugar por largo rato a los encantados bajo el sol veraniego, o aquel negocito mal formado que en navidad vendía con o sin permiso desde luces de bengala hasta los más poderoso cohetes de hace alguno años, como nos divertíamos jugando y corriendo, ahora, decimos que calor, y no aguantamos un minuto sin el aire acondicionado, pero ¡ah! Que hermosa Paz de antaño; nos interrumpe la señora, abran campo por que ahí les van unas tortillas de harina con chopito pa´que sigan recordando cuando torteadas las gorditas, se aventaban al comal retorcido de la hornilla, y muévele chamaco traete otro leño pa´que queden como le gustan a tu padre, chapeaditas bien cocidas, manea un poquito los frijoles con una cucharada de la kuino, por que si señores, algo de cocinas se y las de palma con hornillas, son las mejores, con recuerdos guardados en sus paredes de vara o de madera, lugar apretadito de reunión, donde todo era un son desde la piedra fijada en un horcón, donde se molía la carne seca y asada en el fogón para la machaca, hasta las ollas tiznadas por el humo de la hornilla, el mover del pozole o el menudo o simplemente las tortillas apiladas sobre una mesita guanga con decenas de clavos pasada de generación en generación, pero eso, será historia de otro día.

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