jueves, 15 de enero de 2009

GOYITO EN EL POLO NORTE

Si usted tiene a la mano un mapamundi y busca más arriba del paralelo 87, esa manchita que podría pasar por una gracia de mosca, debe ser la isla Rudolfa, la más norteña de las islas del archipiélago de Francisco José, a pocos kilómetros del punto central del polo norte.

Se asombrará usted al saber que la islita de nuestro relato no pasa de una superficie de cien kilómetros cuadrados, tiene una población de poco más de doscientos habitantes de origen soviético, dedicados a la cría de zorros polares para la industria peletera rusa.

Se asombrará también cuando sepa que la casi totalidad de la isla está cubierta de hielo once meses al año. Más asombro tendrá al saber que el noventa por ciento de la alimentación de los isleños depende de la abundancia de focas y peces del ártico.

Después de tanto asombro, quedará usted hecho un témpano tan frío como la mismísima Isla Rudolfa, si recorriendo al callecita principal del poblado de la minúscula ínsula usted se topa, a boca de jarro, nada menos que con Goyito Ceseña.

¿Quién es Goyito Ceseña y que anda haciendo allá?, probemos nuestra capacidad de asombro y echemos un vistazo a esta verídica historia de temeridad insólita.

Pescador desde la infancia, junto a su padre don Gregorio, el joven Goyo fue contratado hace algunos años, en 1947, para prestar sus servicios a una empresa pesquera y empacadora del puerto de San Diego en los Estados Unidos. Sus familiares, residentes en un ranchito cercano a la ciudad de San José del Cabo, jamás volvieron a saber de él hasta hace un par de años que recibieron una descolorida carta enviada desde el mismísimo polo norte por el aventurero Goyo.

Relatan sus familiares que Goyo se fue a San Diego California, como grumete de un buque Noruego que bajó hasta el canal de Panamá, subió por el Océano Atlántico , hasta llegar primeramente al puerto nórdico de Kovenhavn, que no es otro que la célebre ciudad de Copenhage en Dinamarca, luego subir hasta Oslo, la capital Noruega, donde nuestro coterráneo se quedó al garete sin más defensa que la media docena de palabras inglesas mal aprendidas en San Diego.

Meses después de andar viviendo casi de limosna, Goyo encontró para su regocijo a dos sacerdotes de origen español, a quienes oyó hablar en un placita del puerto de Frederikstad. Los misioneros recogieron amorosamente a Goyito, le proporcionaron abrigo y comida; para desquitar el sustento, se ocupó durante algún tiempo como mozo del templo misional del puerto. Un día escuchó a tres pescadores italianos a quienes entendía un poco y a la mañana siguiente ya iba a bordo de un buque a trabajar a una empacadora soviética de mariscos, contratado por un tentador salario a condición de que prestara sus servicios en Zembla, archipiélago nórdico de grandes islas ubicado más arriba del círculo polar ártico.

Medio muerto de frío, Goyo Ceseña llegó a fines de 1950 a la factoría, pero poco después fue comisionado junto con sus amigos (los italianos) a pescar a la más lejana de las islas del archipiélago y ahí se quedó.

Poco a poco fue acostumbrándose al terrible frío polar y dieciséis años después, aprendidas algunas palabras y frases noruegas, se casó con la hija mayor del jefe del campamento y (nadie se explica como le hizo) ahora es el feliz propietario de la única tienda minúscula de víveres que hay en la lejanísima helada isla.

Probablemente desde que llegó a la isla del congelado polo empezó a escribirles a sus familiares, pero las cartas nunca llegaron a su destino. Fue hasta hace poco  menos de seis años que la madre de uno de los pescadores italianos sostuvo correspondencia con Goyo y, entre otras cosas, le aconsejó la manera correcta de mandar una carta bien timbrada hasta su tierra sudcaliforniana.

Prolífico, como todo buen mexicano, Goyito es el padre amoroso y responsable de seis críos, de pelo rubio, a quienes les ha prometido un viaje a tierras sudcalifornianas para que conozcan a sus asombrados parientes. Conociendo la vida intrépida de Goyito Ceseña, jure usted que un día llegará con sus retoños a San José del Cabo y, como debemos suponer, regresar luego a donde, como dice en su carta recibida del polo norte, "le ha ido muy requetebién".

 

Relato compilado por Carlos Domínguez Tapia.

1 comentario:

Benjamin Ojeda dijo...

me gusto el relato. Hace años lo habia leido en no se que periodico, creo que en el sudcaliforniano, y lo habia andado buscando. Los choyeros andamos por todos lados, y este goyito es ejemplo...