Una carta escrita en 1885 por un jefe indio al presidente de los Estados Unidos me hace recordar otras, que en distintas circunstancias y fechas, han sido portavoces de las injusticias que se cometen en razones de las ambiciones de poder, de mayores riquezas y de actuar sin tomar en cuenta las opiniones ajenas.
En 1879, el general Manuel Márquez de León dirigió una carta al entonces presidente Porfirio Díaz en la que reprochaba su mala administración y le pedía su renuncia al cargo diciéndole: “ Si usted fuera el hombre honrado y patriota que yo me figuré en mi acalorada fantasía, tendría alguna esperanza de que, cediendo a la razón se retirara de la escena política sin ocasionar más desgracias...” Una fecha anterior, el día cinco del mismo mes, el general Márquez se había levantado en armas mediante el Plan Revolucionario de El Triunfo.
El escritor Gabriel García Márquez, con la calidad moral que le da el ser premio Nobel de Literatura, le dirigió una misiva al presidente Bush acusándolo de ser el instigador de la guerra contra Irak, pero además le recuerda la historia colonialista de los Estados Unidos y su intromisión, con afanes de dominio económico, en muchos países del mundo. En una de sus partes le dice: “ Hace casi un siglo que tu país está en guerra con todo el mundo. Curiosamente tus gobernantes lanzan los jinetes del Apocalipsis en nombre de la libertad y de la democracia. Estados Unidos no representa la libertad , sino un enemigo lejano y terrible que sólo siembra guerra, hambre, miedo y destrucción.”
La carta que mencioné al principio de esta crónica apareció en el resumen semanal de noticias de Tamarindo, Visión empresarial en Baja California Sur, y fue enviadapor el arquitecto Jacinto Avalos. En 1885, el gobierno de los Estados Unidos inició gestiones para la compra de las tierras que estaban en poder de las tribus indígenas, presionado por los grupos de colonos que se iban extendiendo por el centro y el oeste de ese país. Ante tal pretensión, el jefe indio Seathl de la tribu Owan le contestó al presidente Cleveland diciéndole, entre otras cosas:
“Cada parte de esta tierra es sagrada para mi gente. Cada espina del pino brillante, cada orilla arenosa, cada bruma en el oscuro bosque, cada claro y zumbador insecto es sagrado a la memoria y experiencia de mi gente. ¿Cómo se puede comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Nosotros sabemos que el hombre blanco no tiene nuestras costumbres, para él una porción de tierra es la misma que otra, por que él es un extraño que viene en la noche y toma de la tierra lo que necesita....Si nosotros vendemos a ustedes nuestra tierra, ámenla como nosotros la hemos amado, cuídenla como nosotros la hemos cuidado...”
Estos pensamientos expresados con un profundo y emotivo sentido de pertenencia fue un reclamo infructuoso, por que al fin las tierras les fueron arrebatadas a las tribus indígenas por las buenas o por las malas, después de guerras cruentas que diezmaron su población. Los pocos indios que quedaron fueron confinados en reservaciones donde vivieron—y viven—de la nostalgia por sus tierras perdidas.
Nostalgia como la que debieron haber sentido los pobladores indígenas de la Baja California cuando los padres jesuitas los encasillaron en las misiones con el propósito de educarlos y alimentarlos. Tristeza cuando esos mismos sacerdotes, obligados por las circunstancias, tuvieron que trasladarlos de una a otra misión, dejando atrás su habitat al que querían y protegían como parte de sí mismos.
Dicen que las enfermedades acabaron con los californios, pero no debemos descartar la posibilidad de que también se debió a la pérdida de su tierra tradicional, aquélla que por siglos les permitió vivir y la que, de pronto, la perdieron. Un sacerdote, Sebastián de Sistiaga, al oponerse al traslado de los nativos de una misión a otra, argumentaba que los californios “ eran naturalmente amantes de su tierra”. Pero como sucedió con el jefe indio Seathl, nadie le hizo caso.
Como quiera que haya sido, lo cierto es que la carta dirigida al presidente de los Estados por todo lo que tiene de amor a la tierra, debiera ser de lectura obligada para tanto sudcaliforniano, los ejidatarios entre ellos, que están enajenando su patrimonio a cambio de una riqueza momentánea.